lunes, 2 de abril de 2007

Salimos un Martes

La noche azul oscuro era el tiempo perfecto para poder dejar que el corazón respire. Pero ni las luciérnagas atolondradas que llenaban de tenue luz mi espacio, comprendían la congoja de mi dolor, aunque por supuesto tampoco tenía la intención de que esto sucediera.
Ocurrió que salí, como todo joven de 18 años, a dar una vuelta con amigos, un sábado después de pasadas dos horas de estudio y cerca de las tres de la matina. Comprendo quizás que no fue algo acertado, pues de lo contrario todo hoy sería bastante distinto. Pero también es verdad que suele suceder en el espíritu humano, el surgimiento de la ansiedad de caos y desorden, opción por siempre y por los siglos seductora, que haces de uno un imberbe del pensamiento y un simple títere del susodicho postmodernismo.
Igual, mi esfuerzo por el psicoanálisis final de la raza humana y de mi conducta para nada moralista o fundamentada racionalmente al menos, se presenta para los casos de locura temporal que los sentimientos suelen producir como un intento desesperado de controlar espacio-tiempo universal y así olvidarse del bendito azar, padre de casi todo lo creado y tan antiguo como el proceso de evolución en si; quizás, incluso más.
Pero ocurrió que ese sábado no era yo, era el: ese ser que se apodera de mi cuando la llama ardiente del deseo hace mis glóbulos eclosionar. Y es que yo allí solo, rodeado de amigos solos, totalmente librados del orden que los timbres, los recreos y las sanciones suelen imponer, nos lamentamos de haber dejado el fútbol por un par de huecas sin corazón. Huecas creadas con odio, sutiles despojos humanos donde la ira indómita de la razón que choca con la realidad, se desata y a arremete como ariete a las murallas de la Jerusalén femenina. Aquel vasto prado de olor, deseo, dolor, estrés, incomodidad y, por supuesto, placer.
Si tan solo la luna no hubiera estado llena, habría interpretado la noche vacía de azar, desnuda, como flor totalmente ofrecida a la polinización y a la labor de las abejas. Maldigo! Maldigo! ese día en que tuve la loca idea de salir de la rutina de las huecas y aventurarme a la nada. Por que eso es la vida, eso es el amor, la libertad, la justicia, la confianza, el odio, la ambición ......... nada ........... absolutamente nada. Y también todo. Dulce contradicción que enciende los días.
Sera quizás que ella estaba tan presta a mirarme, o a lo mejor, yo me predispuse a beber de la ambrosía que sabían emanar sus labios color rubí, dorado; una especie de bordo soleado, que cuando creaba las ondas sonicas me llevaba a los Eliseos. Así es como quiero morir, en esa angustia incesante e insensata que produce una rubia despenaida y una morocha ilustrada. Que día para dejar el vicio. Que semana! para abandonarse a la abstención, al castigo de la castidad que suele ser el entregar la esencia entera en manos de guardián desconocido.
Llovió esa noche, pero no fue agua lo que se derramo, fue sangre. Sangro mi corazón con sus primeras palabras y se hizo lluvia con su "Adiós". Que esperar de tan maligno y nocturno eón. Que esperar de aquello que fue mi pesar el domingo, el lunes, y todos los millones de universos que cree dentro de tan largos días. Si hubiera una palabra para todo lo que es malo, asqueroso, repugnante y vil en la vida, esa palabra seria "enamorado". Por que eso es lo que pasa cuando uno abandona la ley de la gravedad y se deja llevar por el agujero negro del amar.
Es extraño, pero no tengo recuerdo alguno que confirme mi existencia en la tierra. Todo lo que pueda decir de esos días es una verdadera ficción, sacada de mis conjeturas tipo Sherlock Holmes o Dupin. El registro de mi memoria ha sido reemplazado con la imagen de ella, de sus labios haciendo vaivenes y recitando el conjuro que atrapo mis ojos, llevándose mi alma. No puedo decir que en esos momentos haya sido humano. Es más: me persigo con la idea de que cometí un crimen tremendo, comparable a descuartizar a alguien. Eso explicaría por que las personas me miran raro, me preguntan, me invaden desde todos los flancos. Es extraño, pero aun así pienso en lo gracioso que seria el haber sido exonerado.
Si, creo que si. Cometí un delito muy grave, pero lo cometí contra mi mismo. Atente contra mi vida, y lo que es peor, trate de arrebatármela. Quién me da derecho a deshacerme de la vida que tantas molestias genero a mis padres? Es más, por que me deshago del favor divino, insigne regalo del Dios, creador, sombra de lo bueno e infinito? Sin duda he encontrado una nueva deidad, de carne y hueso, que con tan solo una sonrisa y unas frases de canción me ha robado el corazón. O quizás deba decir que me lo arranque a mi mismo y se lo di en un pequeño papel con un numero de teléfono?. La respuesta no la quiero saber; creo que ni siquiera existe.
Lo que si existe es la luz, la esperanza, ese instante en que el deja vu cotidiano te hace saber que es lo que vendrá al menos por cinco minutos. Eso es lo que paso el martes a las 6 de la tarde cuando inconscientemente saque el celular y me lo quede mirando, en medio de la avenida Alberdi a tres cuadras de la casa de mi mejor amigo. No pensé; simplemente no lo hice. Seguí la ola y me lleve el objeto a la oreja derecha, cerca del aro en forma de serpiente y espere hasta que sentí su respiración. Creo que incluso recordé el olor canela de las tardes en casa de mi abuela, cuando ella aun estaba viva. Si, esos días era feliz. Esos días, por alguna razón, estaban aun por venir. Lo supe cuando me la encontré 6 y 30 en el kiosco de su casa, lo supe en el momento que sin querer sujete fuerte su mano. Lo supe cuando supe su nombre. De alguna forma la felicidad volvía; era como resucitar a los muertos.
Salimos un martes, y nunca mas volvimos.

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